El dilema de la última cama

(Una historia real)

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Si los recursos se agotan, ¿Cómo priorizar la atención? El desgarrador dilema ético es la pregunta que nadie quisiera verse obligado a responder en un hospital. Y sin embargo, la respuesta históricamente ha sido la misma: en condiciones extremas el sistema de salud desatiende a los ancianos en favor de aquellos pacientes jóvenes y sanos.

En un contexto normal, la asignación de recursos se activa según principios igualitarios, ofreciendo cuidados intensivos por orden de llegada sobre la base de la universalidad del derecho a la vida. Pero el criterio se vuelve más utilitario en tiempos de catástrofes o pandemias. Cuando los sistemas colapsan, la selección busca maximizar los recursos para el “mayor bien social", y este ha sido entendido a través del tiempo como la posibilidad de supervivencia. Que se traduce en el dictamen de predecir ¿Quién tiene más probabilidades de morir y quién puede salvarse?

La decisión no nace del criterio personal de cada profesional, sino de políticas de salud pública que así lo regulan.  "Guías éticas para la asignación de recursos en la atención de pacientes críticos infectados por Covid-19" es el documento que en Argentina rige este criterio.

En ese contexto, el ingreso de un ser humano de edad avanzada por un cuadro agravado de covid es prácticamente el ingreso de un ser a la paliación de su proceso de muerte.

En ese contexto trabajan los profesionales de la salud. Generando herramientas internas que le permitan disponer al espíritu tolerar convivir con este hecho que tanto nada tiene que ver con su prístina vocación de proveer sanación a los enfermos.

En ese contexto ocurre la historia que vamos a contar.

La de Josefina y Rosaura.

Josefina no es doctora. Es kinesióloga. La emergencia sanitaria la puso a hisopar y a brindar tratamientos paliativos a los viejitos y viejitas que por viejitos o viejitas no integran el parnaso de los pacientes con prioridad para la asignación de respiradores.

Viejitos que en su última curva no pueden recibir los adioses de los amores que una vida les llevó crear.

Josefina no es ni sus hijos ni sus nietos. Pero la emergencia sanitaria también la puso a maternizar.

Así conoció a Rosaura, una española coqueta de 96 años que no perdió el andalucismo de su decir ni el amor por su abanico.

Abanico que ahí no está.

Abanico por el que duela.

Abanico que tan bien le vendría para crear una bocanada de aire en ese ambiente inhóspito de olores, amores, dolores.

Josefina la escucha, la consuela, la entiende, y piensa.

Con su permiso revisa entre las pocas pertenencias de Rosaura. Dentro, la cajita de cartón del perfume “Gotas de Cristal” que compró del catálogo Avon de su vecina días antes de ser internada es todo lo que Josefina necesita.

Lo toma. Sus manos de kinesióloga adoptan una nueva nobleza y desarma esa caja y la transforma en el lienzo que doblará una veintena de veces hasta convertirlo en un abanico

Rosaura sonríe. Le sonríe el cuerpo. Los ojos. Las manos. Los pulmones, que respiran por primera vez en una docena de días, el hilo de aire nacido del amor de una desconocida.

Josefina se despide por el día. Rosaura le pide que se quite el barbijo para ver la cara de su “ángel del guarda”.

Josefina lo hace y se va.

Rosaura es dada de alta a los pocos días.

Cuentan quienes la vieron partir que iba cantando una zarzuela con un abanico de cartón en la mano.

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